PÄR LAGERKVIST (1881-1974). NUESTRO CONTEMPORÁNEO

Los textos de este autor (teatro, novelas, cuentos y ensayos), miembro de la Academia Sueca (1940) y Premio Nobel (1951) cobran hoy una actualidad probablemente inesperada con la invasión de Rusia a Ucrania. Pienso en EL ÚLTIMO SER HUMANO (1917) en el que aborda distintos temas sobre la guerra; LA ETERNA SONRISA (1920) o HISTORIAS MALIGNAS (1924) en las que indaga las motivaciones de los hombres, el sentido de la vida, la inexorabilidad de la muerte.

En español pueden encontrarse en las bibliotecas de Buenos Aires las obras narrativas editadas por EMECE y una obra teatral, El REY.

EL REY (KONUNGEN, 1932)

 En 1960 La Editorial   Aguilar (Madrid) incluye EL REY junto a otras cuatro obras en EATRO SUECO CONTEMPORÁNEO en traducción del sueco por Javier Armad Abella y Luis Escolar  Bareño.  El drama de Lagerkvist  precede el volumen que incluye: QUIZÁ UN POETA, de  Ragnar Josephson (1891-1966)[1], EL CONDENADO A  MUERTE, de Stig Dagerman (1922-1954), LA FAMILIA  SWEDENHIELM, de  Hjalmar Bergman (1883-1931) y LA MUJER DEL HOMBRE, de Vilhelm Moberg (1898-1973), obras que el prologuista Juan Eduardo Zúñiga califica, respectivamente, de simbolista, comedia de costumbres burguesas, drama irracional, teatro  psicológico y de crítica de costumbres.

De todos ellos, es Lagerkvist quien me interesa especialmente, tanto por la calidad de su producción como por el grado de difusión en la Argentina en la segunda mitad del siglo xx.

Noventa años después de su publicación, esta obra de fuerte carga simbólica cobra un nuevo sentido a la luz de acontecimientos y situaciones nacionales actuales. A través de los paralelismos que se establecen entre los Reyes y los Dioses, y el Sumo sacerdote y El Loco, o las disputas dialécticas protagonizadas por Amar Azu y Nadur, el texto se focaliza en las reacciones del pueblo frente al poder. La fiesta del dios Azu en la que a lo largo de tres días se rompen todos los frenos, un soberano se humilla y se convierte en mendigo (Amar- Azu) y un convicto Iream –Azu) en rey; la violencia deriva en asesinato; la danza en un instrumento que embriaga y obnubila.

Lo religioso ocupa un lugar central (no puede ignorarse el hecho de la estricta educación religiosa que Lagerkvist. recibiera), pero su mirada es de rebeldía y heterodoxia; de allí su cuestionamiento sobre qué tipo de dios se inculca la creencia, un dios del fuego o un dios del sol y elige un símbolo tan ambiguo como el fuego (p. 52), que puede purificar y puede destruir.

Las referencias bíblicas trascienden lo religioso hacia lo político: sobre quiénes los dioses ponen su complacencia, o hasta qué punto los hombres merecen que alguien se sacrifique por ellos; cuándo el desenfreno permitido deriva en violencia revolucionaria. Pone en evidencia un populismo que promueve pan y circo, pero se encuentra que las migajas que reparte no son suficientes para comprar votos y voluntades, y que la violencia alentada contra los opositores puede volverse en su contra; una iglesia que como el Sumo Sacerdote dice “lo conveniente”, lo “políticamente correcto”.

En nuestro país, su narrativa adquiere mayor difusión que su teatro, en especial, BARRABÁS (BARABBAS,1950). Al margen de las publicaciones españolas, en Buenos Aires la editorial EMECE la difundió en versión castellana de la traducción francesa de Martín Aldao (h) y una introdución de Juan R. Sepich (la cuarta edición, por mí utilizada, es de 1952). El prologuista ofrece una adecuada síntesis de este controvertido personaje: “es un hombre que asiste al espectáculo de la redención y no se redime; ve la luz y permanece ciego. Sus ojos y su mirar son un motivo permanente en la descripción de Lagerkvist. Conoce a Dios y no cree en Él.  Vive, sufre, trabaja lucha y muere con los cristianos y por ellos, y sin embargo entrega su alma en la más terrible tiniebla” (p. 10).

El autor sueco es un maestro en la pintura de sus personajes y en la relación entre lo físico y lo espiritual.  Barrabás es “un mocetón de unos treinta años, robusto, de pálida tez, barba rojiza y cabellos negros. Las cejas eran también negras; los ojos se hundían en las órbitas, como si la mirada hubiese querido esconderse imagen que se reitera a lo largo de la narración (p. 17, p. 25, p. 56).  En su mirada “El odio vibraba como la punta de una flecha que nunca sería disparada” (p. 127). Los ojos de Barrabás “nada reflejaban; tal vez estaban demasiado hundidos en las órbitas (p. 134). Su cicatriz puede cobrar el color de la sangra y su mirada es “temblorosa como una flecha en el fondo de los ojos hundidos y salvajes” (p. 135)

El joven alfarero presenta un rostro “amarillento y parecía duro como hueso, con la piel reseca. Barrabás (…) no había visto nada más desconsolador. Le recordaba el desierto”; “El hombre hablaba lentamente, en tono monocorde, mirando continuamente a Barrabás, con ojos apagados y descoloridos” (p. 62) y la Virgen María posee un “tosco semblante de campesino”. A ellos se le suma un desfile de enfermos, el leproso, la mujer del labio leporino, el ciego, y cuerpos deformados como “la mujer gorda”.

Todos estos dramas personales desembocan en uno mayor y colectivo, el de no poner la menor certeza; Sahak ansía la liberación, que llegue la hora del milagro; para el guardián el Dios desconocido se “tornaba cada vez más incomprensible a media que oía hablar de Él” (p. 109). “Por todas partes reinaban las sombras.  En el cielo como en la tierra” (p.  140) “Entonces vagó solo a través de las tinieblas, en sus cavernas interiores y sus propias galerías de topo…” (p. 141)

Esta edición es importante porque incluye el texto de una carta de André Gide de 1950, dirigida al académico francés Lucian Maury, especialista en literatura nórdica y director de la Colección Escandinava de la Librairie Stock de París, en la que BARRABÁS se conoció en versión francesa. Allí lo califica de “libro extraordinario” (p.15) sobre todo por “el tour de force” de “haberse mantenido sin desfallecimiento en la cuerda floja tendida a través de las tinieblas, entre el mundo real y el mundo de la Fe” (p. 16) y que se corresponde con la ambigüedad del final.

BARRABÁS se estructura en la colisión entre el discurso religioso bíblico y la reinvención narrativa; en su mirada de los hechos pasados privilegia la ficción y lo histórico y religioso pierden su privilegio, se desmitifica lo divino y logra generar algo nuevo a partir de los materiales conocidos (es lo que tanto Noé Jitrik como Mónica Scarano denominan “invención”) y lo que se consideran “acontecimientos reales” derivan en representaciones subjetivas.

Allí se pone de manifiesto los efectos traumatizantes y trágicos de la religiosidad al tiempo que se impone la idea del accionar de una comunidad que al asumir el papel de instrumento para la destrucción de una parte segregada de sí misma ciegamente se autodestruye: Cristo es el sujeto condicional que predispone la destrucción y el pueblo sujeto instrumental que efectúa la destrucción

EL VERDUGO (BÖLDEN; DET EVIGA LEENDET; ONDA SANGOR,) En 1933 adaptó la narración “El verdugo” a “un drama de tesis contra las dictaduras europeas de entonces” (así lo destaca Nota introductoria de Juan  R, Sepich, en su nota introductoria  a Barrabás, 1952, p. 13)[2]. Utilizo la cuarta edición (primera en la colección Piragua) publicada en diciembre de 1960 en Buenos Aires por  EMECE Editores.

Esta narración registra in discurso en el que las imágenes visuales y auditivas  que afectan a personajes y espacio no sólo crean “atmósferas” sino  apuntalan lo narrativo: el verdugo es presentado con “su traje de color de sangre, en los rincones más oscuros de la taberna y la frente marcada con el signo infamante de su oficio”; Lasse  relata su posesión de la mandrágora:  “Cuando al fin la arranqué, retembló la tierra y se abrieron sus entrañas vomitando sangre y  cadáveres  a la superficie.  Un río de sangre, de cadáveres y de fuego se desató sobre el mundo en medio de las tinieblas…Un río de espanto y de dolor…Y el mundo ardía… ¡Era como si el infierno se hubiera volcado sobre la tierra..! (34); en la taberna “El reflejo de la luz dejaba sobre las mesas un brillo de cadavérica palidez” (35)

El narrador presenta con crudeza la segregación de negros y mendigos, y el grado de violencia que, crueldad e injusticia que denomina los actos sociales, y no sólo por la existencia del verdugo: “La violencia es la más alta expresión de la energía humana, ya sea intelectual o física” (señor de aspecto militar).  “¡La guerra es salud!  (41); “Hoy sólo existen los que piensan como nosotros, los que ensañan a pensar como nosotros, y los que están aprendiendo a pensar como nosotros” (39);“…reconocemos la obligación de divulgar  nuestra ideología por todo el mundo . Los demás pueblos se inquietarían si nos vieran reservar algo semejante sólo para nosotros; y si hubiera alguno que no quisiera aceptarla, lo exterminaremos” (42); “La destrucción es más importante que una simple construcción” (43)

El Verdugo, que ha permanecido en silencio, pronuncia un discurso final: es el único que perdura a través del tiempo, condenado para toda la eternidad. Cuando existía un Dios para pedirle una liberación, pero no la consiguió, debía matar a Cristo, al llamado Mesías que predicaba la paz y por eso fue condenado. Después de la ejecución de Cristo fue a enfrentarse a Dios. “Pero Él no me miró. Sus redondos ojos se figaron, imperturbables e imperturbados, en el espacio como un desierto.  

El desasosiego y extravío que en décadas posteriores podrán de manifiesto el existencialismo y el teatro del absurdo se compendia en “La eterna sonrisa”, en la que hombres y mujeres muertos - “pequeños insectos presumidos” (63)- se reúnen para conversar sobre sus historias individuales y cuestiones filosóficas y teológicas para pasar la eternidad. Representan a todas las profesiones y clases sociales, felices o infelices, asesinos u honrados llegados de diferentes lados y cada uno relataba su existencia, algunos solos, otros agrupados, y, entre ellos, está el propio Mesias.

Algunos ni siquiera logran la comunicación: “Cada uno sentía su propia pesadumbre, mas no comprendía la del otro (81); uno define así la vida: “un erial, polvo que gira en un ámbito vacío. Ya no existe más que el desierto. Todo se ha destruido, disgregado y corrompido.  Todo ha vuelto a ser polvo. Polvo que gira en torno del ardiente sol” (107); otro busca la verdad y encontrar a Dios y quienes lo escucharon comprendieron “lo humillante que era vivir sin saber y sin poder verdaderamente creer” (113) y marcharon en búsqueda de Dios y la verdad guiados por el “hombre apasionado” (115).

A diferencia del teatro del absurdo, no hay espera sino búsqueda, y el dios que aparece es Dios, un anciano que corta leña y justifica su impotencia: “Yo no me ha propuesto hacer de la vida algo extraordinario”, “He hecho lo mejor que he podido” (124).

El hombre debe dejar de pensar en Dios, sino en ser feliz a pesar de una vida llena de angustia y desesperanza. Precisamente esto último  es lo que domina los once relatos de  “Historia tristes: “Lo único que existe es “un hundirse ardiendo en medio de las tinieblas, en medio de las tinieblas sin fin” (140);  en la  que dominan las torturas espirituales” (166). El hombre no necesita a Dios: “Si ‘El realmente existe, sólo podría decirnos lo que ya comprendemos (174)

PERLA  ZAYAS DE LIMA

pzayaslima@gmail.com

Tigre, 18 de julio de 2022



[1][1] De este autor hay un texto que me ha sido imposible conseguir en español, NACIONALISMO Y HUMANISMO, publicado en 1935, y cuyo título de por sí y por la fecha de su edición despierta un profundo interés.

[2] En Buenos Aires, la editorial La reja, publicó en versión castellana EL VERDUGO: PIEZA EN DOS ACTOS (1956)

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