BERGMAN Y BERTUCCIO: LA IMPORTANCIA DE SABER PREGUNTARSE.
“…mi obra trata
de las preguntas. Pero no de nuevas preguntas, sino de nuevas formulaciones”
(Marcelo Bertuccio).
En la temporada 2002 el dramaturgo argentino Marcelo
Bertuccio (Buenos Aires, 1961)
estrenaba en el Teatro San
Martín, EL SEÑOR BERGMAN Y DIOS. Quien desde los 90 estrenara en los
escenarios locales y europeos (Festivales de Austria y Alemania) propone en
esta obra “un regreso al mundo de Ingmar Bergman, y a sus preguntas. Por alguna
razón que desconozco, y descartando la admiración, el respeto y el amor que su
figura me produce, esas preguntas son también mis preguntas” (Programa de mano).
Sorprende (o tal vez no debiera sorprendernos), la
vigencia del director sueco en nuestro país. El éxito de público que desde 1952
en el marco del Festival de Punta
del Este éxito continuó a lo largo de las décadas y tuvo una total confirmación en el julio de
2019, en una muestra “Bergman en
Argentina” (curador Raúl Manrupe) en la ciudad de Mar del
Plata, sede de Festivales Nacionales e Internacionales
de Cine[1]. Su vigencia se pone de
manifiesto tanto en directores teatrales cinematográficos y teatrales, como en
el campo de la dramaturgia. Y no sólo el autor que hoy nos ocupa; en el 2021 se
estrenaba BERGMAN & LIV, de Lázaro Droznes, espectáculo premiado que aún
sigue en cartel.
En realidad, tal
como lo señala el crítico Paraná Sendrós, Ingmar Bergman “tuvo admiradores
lúcidos y difusores hábiles mucho antes que en los Estados Unidos y Europa. Ya en 1946 la crítica argentina destaca su
trabajo como guionista de “El Sádico” (“Hets”)[2]
Bertuccio también define su obra también por la
negativa: no se trata ni de biografías, ni de homenaje, ni una obra cine, ni
emulación. Si su esencia es reformular interrogantes, ¿cuáles son estos?
Frente a un Dios cuyo palabra rechaza y al amor en esencia
paradojal, este Bergman ficcional en el que convive malhumor y lucidez, impregnado de desolación y
cuyos “disparates metafísicos” no le bastan para conjurar su soledad, genera
una catarata de preguntas: cuál es la diferencia entre hablar y pensar; porque
calificamos de retóricas preguntas que no lo son; cómo separar las relaciones
amorosas de las relaciones artísticas; qué significa perderse y qué, encontrarse;
cómo saber algo con certeza si el conocimiento lo aleja cada vez más de todo;
cómo saber que está perdido cuando se cree perdido; cuál es el sentido de la creación.
El receptor, como el protagonista de la obra (y tal
vez el propio autor) reconoce sus dudas y sus miedos (el pánico a desaparecer),
el desconsuelo de saber que –tal como lo dice el texto- “la vida no da respuestas
ni admite preguntas”. Estas “lo llevan inexorablemente al punto de partida”[3]. Para Javier Martínez Ramacciotti, la obra es una “reflexión sobre
los recomienzos posibles del cine, del teatro y la vida, y de qué modo es el
amor la potencia que ofrece como posibilidad de ello”[4]
La dirección de Roberto Castro subraya la propuesta de
un texto/guión, en el que los diálogos se acercan a los monólogos, que, a su vez,
están pautados ya por silencios, ya por acordes musicales generados por dos violoncelistas:
Clara Asuaje y Diana Griot.
“Oscuridad. Silencio. Las mujeres traen una torta con
una vela encendida. Pájaros que
comienzan a cantar. Canto del Feliz Cumpleaños. Soplan la vela, aplauden y lo
besan. Luego encienden luces (velas, faroles, linternas). Los pájaros vuelven a
cantar” (Comienzo del texto/guión)
Las siete mujeres vestidas de blanco, que visitan al protagonista,
como cada año, para su cumpleaños componen una especie de ritual, que la
coreografía de Roxana Grinstein convierte en un poema en imágenes. La música de
Nicolás Varchausky y la iluminación de Eli Sirlin potencian aquellos símbolos
ambiguos del texto y a los aspectos que apuntan a lo onírico. (Personalmente
evoco la estética del film “Gritos y Susurros” con las mujeres de blanco y la
técnica del claroscuro).
En el 2014 el director Luis Quinteros eligió vestir a
las mujeres de negro, la fiesta de cumpleaños es, al mismo tiempo, velatorio.
Riqueza de un texto que deja espacio para la creatividad de quienes asumen la
tarea de ponerlo en escena.
A los espectadores se les hace (y se me hace) difícil distinguir
si nos encontramos frente a un Bergman a través de los ojos de Bertuccio o
frente a un Bertuccio a través de los ojos de Bergman. Pero, sobre todo, presenciamos
un original, poético y descarnado espectáculo que desestabiliza e interpela a
todos sobre la esencia de los vínculos, la religiosidad, la vida y la muerte,
como lo hiciera Bergman a través de su filmografía.
La obra del director sueco sigue vigente; el texto del
dramaturgo argentino también
PERLA ZAYASDE LIMA
Tigre, 17 de octubre de 2022.
.
[1] Sobre el tema,
véase “Berman y la Argentina, una larga
relación, clarín.com/espectáculos/bergman-argentina-larga-relacion_0_Syl_14g1Atl.html
[2] “Una pasión en el Río de la Plata”, AMBITO ESPECTÁCULOS, 31 de julio
2007. (ámbito.com/espectáculos/una-pasion- el-rio-la-plata-n3442982)
[3] Las citas han sido tomadas de
un antiguo libreto.
[4] “Reinventar el teatro, el
cine, una vida: amar, en fin” (bitacoradevuelo.com.ar/2014/11/20/critica-teatra-el-señor-bergman-y-dios)
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